Una vez en el pretorio y de acuerdo con la ley imperante, el mártir recibió 39 azotes. Los látigos tenían unas bolas de metal atadas en la punta junto con huesos afilados de animal, por lo tanto los golpes desgarraron los músculos del dorso, los glúteos y las piernas hasta provocarle un estado cercano al colapso, es decir un shock total al igual que una gran pérdida de sangre.
Posteriormente le pusieron una corona de espinas en la cabeza sujetándola bien al cuero cabelludo, lo que provocó un gran sangrado, además de un intenso dolor.
Poco tiempo después, se le ordenó cargar la barra de su propia cruz que tenía un peso entre los 40 y 60 kilos, con el cual tuvo que cargar durante casi 1 km, y recordemos que ya estaba en estado de shock y había perdido una gran cantidad de sangre.
En el lugar de la ejecución se le clavaron las manos entre el radio y los huesos del carpo.
Sus pies se sujetaron con unos clavos de hierro de unos 13 a 18 cm colocados entre el primero y segundo espacio intermetatarsiano, lo que le provocó fuertes dolores. Más tarde, fue alzado con los brazos estirados sobre el patíbulo.
A partir de entonces, Cristo tuvo dificultades para exhalar el aire. El peso de su cuerpo tirando hacia abajo con los brazos abiertos debió interferir con su respiración normal, particularmente con la exhalación, haciendo que la respiración fuera superficial e inefectiva.
Para mantener una respiración adecuada necesitaba elevar el cuerpo utilizando como apoyo los pies, flexionando los codos y alejando los hombros, lo que provocó que se le salieran los hombros de su sitio. Sin embargo, esta maniobra al colocar todo el peso del cuerpo sobre los huesos de los pies debió producirle severos dolores.
Por otra parte, la presencia de penosos calambres musculares o contracciones tetánicas secundarios a la fatiga e hipercarbia, dificultarían el trabajo respiratorio aún más.
La muerte de Jesús después de 3 horas en la cruz sorprendió aún a Poncio Pilatos. El hecho de que gritara en voz alta y luego dejara caer su cabeza, sugiere la posibilidad de una muerte súbita cardiaca por rotura del corazón (infarto masivo) o arritmia letal, y podemos decir que no se le rompió el corazon solo de forma figurada, sino que realmente el corazón físico explotó.
Para terminar este esquema clínico-patológico sobre el fallecimiento de Cristo, entre los aspectos médicos de su agonía y muerte no pueden descartarse el estado de ánimo deprimido, la ansiedad y la angustia que una personalidad tan exquisita como la de Jesús debe haber sufrido al sentirse perseguido, calumniado, insultado, vejado, ultrajado, humillado, traicionado, vendido y hasta negado.
Agresiones todas que sazonaron su pasión y muerte física.
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